Yo soy de… Campana

Magela Demarco. Nació en 1976 en la Provincia de Buenos Aires y publicó su primer libro “Mi amigo el mar”, en 2017. Sus publicaciones llegaron a España, Perú y Uruguay y recorre el país dando charlas en escuelas y jardines. En diálogo con AreaUrbana recuerda las tardes en la casa de sus familiares, repartidos entre Zárate y Campana, donde cultivó su gusto por los libros, la música y la escritura.

Es periodista y escritora de literatura infantil, aunque prefiere utilizar la expresión “literatura en general”. “Los libros no tienen edad para ser leídos”, reflexiona en diálogo con AreaUrbana. Se dedicó al periodismo por más de 15 años hasta que, con el nacimiento de su hijo Tobias, quiso cumplir su deseo de escribir para mostrarle al niño que los sueños están para ser cumplidos. 

¿Cómo recordas tu infancia entre Zárate y Campana?

Allí pasaba los fines de semana y también mis veranos. Siempre estaba con mi prima y nos mandaban a la Colonia del Club Náutico de Zárate. Ahí teníamos de todo: vóley, atletismo, vela, natación, recreación, básquet, remo. De esos días llenos de actividades también recuerdo a mi primer amor platónico. Fue un profesor de remo, se llamaba Alejandro. El ya tenía 18 años y yo 12. Obviamente, nunca me registró. Yo era una niña, pero estaba fascinada. Tenía pelo largo, marrón, tenía el cuerpo que tienen los deportistas. Me pasaba horas pensando en él. Lo veo a la distancia y me genera mucha ternura esa niña, que empezaba a tener esas sensaciones de enamoramiento; de idealización.

¿Qué cosas de esa vida aparecen en tu escritura?

Allí estaban las personas que más influyeron en mi amor por la lectura. Primero fueron mi tía paterna y mi abuela materna. Obvio que también mi viejo, mi vieja. Mi tía Mary tenía su casa en Campana y los fines de semana que iba para ahí, ella siempre me esperaba con unos libros que se llamaban “Musicuentos de Viscontea”, que eran unos ejemplares verdes que venían con unos disquitos para escuchar. Ni bien llegaba nos tirábamos con unos almohadones a escucharlos, eran hechos en España y relataban los clásicos como Los tres chanchitos, Caperucita, Roja, Cinco en una vaina, Barba Azul y otros. Esperaba toda la semana para eso. Los vendían en los kioscos y llegaba uno por semana. Todavía los tengo, están en un lugar privilegiado de mi biblioteca. Y cuando Tobi, mi hijo, era chiquito se los leía.

¿Hay una memoria consciente de la propia infancia cuando escribís? ¿El recuerdo de travesuras y aventuras, por ejemplo?

Recuerdo con ternura una mañana que con mi prima no queríamos ir a la colonia. Tendríamos ocho o nueve años. Entonces, tiramos mostaza en el inodoro, y aplastamos unas ciruelas y las tiramos también, pensando que nuestras madres iban a creer que estábamos descompuestas del estómago. Por supuesto que se dieron cuenta y nos mandaron derechito a la colonia.

¿Cuánto de tu niña interior aparece en tus cuentos?

Está presente el amor de mi abuela Margarita, la mamá de mi mamá, ella fue la más amada. Recuerdo que hacía dos cosas que me fascinaban. La tortita de perejil, que sólo tenía eso: huevo y perejil y los buñuelos con batata o banana. Ella me contaba la historia de Robinson Crusoe y eso que sólo la habían dejado ir hasta segundo grado, porque después ya tuvo que empezar a ayudar en las cosas de la casa, pero amaba leer. Libro que llegaba a sus manos, libro que devoraba. También está presente siempre mi abuela Clelia, la mamá de mi papá, hacía pizza de orégano, que sólo tenía orégano, pero para mí era la pizza más rica del mundo. Y para desayunar, me cortaban un pomelo por la mitad, le ponían azúcar y yo lo comía con una cuchara. Hoy mi fruta favorita es el pomelo, y claro, está presente en mis cuentos.

Podría decirse que lo que viviste lo contas

Si, por ejemplo, en mi cuento “Un papa con delantal”, cuando se ve a la madre que no da a basto con las tareas del hogar y el papá no sabe ni lavar un plato, la niña dice: “¿Cuándo se hará grande, papá? ¿Le faltará mucho para hacerse grande?” Eso causa gracia y es una escena con la que las mujeres nos identificamos enseguida, porque son realidades que vivimos. También pasa con el cuento “Sola en el Bosque”, donde hablamos de abusos en la infancia. El tema del abuso le pasa a muchísima más gente de la que se cree, sobre todo a niñas. ¿Cuántas de ellas se dan cuenta después de muchos años que lo que pasaron fue abuso? En mi época no estaba tan habilitada la palabra, ni era habitual que una pudiera decirle a la maestra o un adulto ciertas cosas. Por eso creo que los adultos podemos contar lo que nos pasa y con eso impactar en los niños y niñas positivamente. La palabra habilita la palabra.

¿En qué momento decidiste dedicarte completamente a la literatura y por qué? 

Primero fue el nacimiento de mi hijo -y maestro-, Tobías, lo que me dio el envión que necesitaba para desempolvar mis sueños y animarme a publicar mis textos. Él llenó mi vida de luz, me hizo dejar el periodismo y dedicarme a escribir, porque me hizo pensar que cuando creciera me iba a preguntar si yo había cumplido mis deseos y yo le iba a tener que decir que no. ¿Cómo iba a poder decirle que fuera tras sus sueños si yo no había ido tras los míos?. Por eso digo que los niños son nuestros grandes maestros, no siempre los escuchamos, pero si de verdad estamos abiertos te enseñan a repensar un montón de cosas.

Recorres el país dando charlas, presentando tus cuentos, en escuelas y espacios comunitarios. ¿Cual es la recepción de los niños y niñas que leen tus historias?

El contacto con la gente es hermoso. Amo el contacto con los chicos, es lo que más me gusta en esta época tan cruel y tan oscura, lo que a mí me da energía es ese contacto con los niños y las niñas. Si yo tengo que elegir estar con un adulto o con un niño, yo me voy con los niños. No tengo ninguna duda.

Por JESICA RIVERO

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José Abel Autor