Con una infancia y una adolescencia marcadas por una significativa cantidad de mudanzas –tanto a otros países como dentro de la Ciudad de Buenos Aires–, el primer hogar de Narda Lepes fue en Paraguay y Reconquista, en el barrio de Retiro, en pleno centro porteño. Y aunque al año de vida debió viajar a una Florianópolis (Brasil) que por entonces era un pequeño poblado, la incursión resultó ser muy corta: apenas unos meses después, la pequeña Narda tuvo que regresar a Buenos Aires.
Pocos sabrán que Narda Lepes vivió en Venezuela. Producto de la separación de sus padres, se radicó con su mamá en aquel país, donde permaneció durante cinco años, “en una época en la que ese país era como un paraíso”, según ella misma define.
Aunque eras muy chica, ¿qué recuerdos tenés de ese lustro viviendo allá?
Me viene a la mente mucha playa, el aroma a la fruta tropical. Y también mucho avión (se ríe). Porque yo volaba a la Argentina para ver a mi papá y después él me llevaba de nuevo a Venezuela y se quedaba allá por un tiempo. Hasta que, a los 7 años, volví definitivamente a Buenos Aires.
¿Y dónde recomenzaste tu nueva etapa ya en el país?
Apenas llegué, viví otra vez en Paraguay y Reconquista con mi papá, y de esa época guardo muchos recuerdos: la Plaza San Martín, Maipú, el viejo centro comercial Harrods, El Bárbaro; toda esa zona de Retiro y aledaños. Y después, mi mamá se mudó a Basavilbaso entre Juncal y Libertador. Ahí viví “otro rato”, hasta que nos fuimos a Arroyo y Esmeralda –donde ahora está emplazado el hotel Sofitel–, y ahí estuve hasta los 16 años.
¿Y cómo era por aquel entonces el centro de la ciudad?
Nada que ver con lo que es ahora. Estaba lleno de locales que eran espectaculares: tenías al que vendía guantes, el que vendía chapas enlosadas para poner el número en la puerta de tu casa, había muchas zapaterías, los que vendían flores hechas a mano para los sombreros o vestidos de mujeres, por ejemplo. También había restaurantes muy antiguos, con un aspecto señorial lejos del actual.
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