Yo soy de…La Rioja

Dr. Luis de la Fuente. Nació en 1932 y es el orgullo de su ciudad de origen donde lo llaman Matatín; es una leyenda viva de la cardiología. El galeno destaca su amistad con René Favaloro y el pacto que tenían: él atendía a los Platenses y Pampeanos gratis y el famoso cardiólogo haría lo propio con los riojanos. Junto a su “hermano”, como define a su amigo, inventaron el stend con medicamentos y crearon la Fundación tan conocida por todos. 

A los 93 años, guarda muchas historias, entre ellas, la vez que Frank Sinatra fue atendido en el Sanatorio Güemes de la ciudad de Buenos Aires por un dolor de pecho; fue en los años 80. También recuerda que le realizó cateterismo a Juan Manuel Fangio y a Ernesto Sabato, entre otras personalidades. En diciembre del año pasado publicó un libro de Cardiología Intervencionista junto a su discípulo, David Vetcher.

¿Cómo fue su infancia en la ciudad de La Rioja? 

Es la capital de la provincia y es el lugar donde nací, crecí, me desarrollé, formé y estudié hasta los 17 años; hasta que terminé el secundario completo en el Colegio Nacional -hoy es el Colegio Joaquín V. González-. Ahí viví los años 30′ y 40′, fueron muy felices épocas. La gente dormía con la puerta de la casa abierta incluso de noche. Mi tío Héctor fue gobernador de 1939 a 1943 y senador nacional del 25 al 34. 

¿Cómo nació el deseo profesional? ¿Tuvo algún modelo a seguir?

A pesar de que mi padre era juez federal -y antes fiscal penal-, desde los 5 años quise ser médico y me inspiré en mi abuelo materno Fenelon Carrizo del Moral, que fue intendente de La Rioja Capital y un pionero de la pediatría de la provincia. Iba a ver su biblioteca y miraba fascinado sus dibujos y los libros de anatomía. Incluso hoy en día tengo una muy completa biblioteca llena de libros de todo tipo y por supuesto no pueden faltar los de la materia que estudia la estructura del cuerpo humano. Después, me fui a estudiar a Tucumán la primera mitad de la carrera, admiré a Mauricio Kirschbaum, que era un muy buen clínico de esa tan querida ciudad para mí.

¿Cuándo y porqué decidió dejar la ciudad?

Me fui de La Rioja a los 17 años para ir a estudiar a la Universidad de Tucumán dos carreras, Medicina y Bioquímica. Egresé de Medicina en la UBA en Buenos Aires y luego debí dar la reválida del título en EE.UU para poder ejercer.

¿Volvió a ejercer en La Rioja?

Jamás ejercí la medicina en La Rioja, salvo alguna urgencia ineludible; realicé unos pocos cateterismos cardíacos en medio de algún viaje. Sí tengo -y tuve- en el equipo médicos riojanos. Siempre los atiendo a mis coterráneos de manera gratuita en mis viajes a la provincia y en Buenos Aires desde siempre, lo mismo con las angioplastias terapéuticas o en los  cateterismos diagnósticos. Jamás le cobre a un comprovinciano que no pueda pagar. 

Cuando iniciamos la Fundación Favaloro con René, yo también fui fundador, la idea era que sea para las personas en situación de indigencia. Con él teníamos un pacto: él operaba gratis a los riojanos y yo atendía gratis a los platenses y a los pampeanos. Los riojanos operados fueron unos 1500 aproximadamente, yo los diagnosticaba de manera gratuita; atendí cerca de diez mil. 

¿Cómo y cuándo conoció a René Favaloro?

Lo conocí en Mar del Plata en 1965 en un congreso al que fui invitado como expositor.  Él estaba en la primera fila y recuerdo que no lo dejaban hablar. 

¿Qué recuerda de ese primer encuentro?

René ya estaba en la Cleveland Clinic con su jefe y mentor Donald Effler y yo iba a esa misma localidad en los veranos desde 1963 a trabajar ahí con Mason Sones, el creador de la coronariografía (la visualización selectiva de las arterias del corazón mediante cateterismo). No nos veíamos ahí. También coincidimos en Argentina y en Mar del Plata pergeñamos en volver a trabajar juntos en el país.

¿Tuvo oportunidad de llevar sus conocimientos a la ciudad de La Rioja?

Organizamos cursos de Cardiología con la Federación Argentina de Cardiología y los médicos  locales y amigos en la provincia, en Tucumán, en Salta, en Córdoba, y por todo el país. Nos íbamos en auto con René, ahí podíamos tener privacidad para conversar sin interrupciones. Lo mismo en el exterior pero cuando viajabamos en avión. Le gustaba mucho La Rioja, sus montañas y todo el país. Originalmente la idea era instalarnos en el mal llamado “interior”. En Salta o en La Rioja, desde 1971.

¿Cómo se forjó la cercanía con él?

Inmediatamente, en Mar del Plata, en ese 1965 los cirujanos cardiacos argentinos querían un cardiólogo como yo, pero no a un hábil cirujano como Favaloro en su etapa pre bypass.  René me pedía que lo acerque a esos profesionales para trabajar allí. Si en Argentina lo hubieran tomado, capaz no hubiera desarrollado el bypass venoso en 1967. 

En 1970, durante el Congreso Mundial de Cardiología de Londres, me pidió que lo acompañe en el quirófano, porque temía que hiciera un paro cardíaco el paciente y en medio de esa cumbre mundial. El día anterior le hice el cateterismo diagnóstico y fue uno de los primeros en Inglaterra; una técnica que empecé en Argentina en 1965. Ese fue el otro gol a los ingleses. Fuimos socios médicos de 1971 a 1992 cuando René dejó el Sanatorio Güemes al abrir la faz asistencial de la Fundación. Fue muy criticado, por el nombre de la asociación, cuando en realidad quien la bautizó así fui yo.

En 1968, le dije a René estaba en Cleveland, le dije que tenía un paciente -que era médico y directivo del sanatorio-. Le expliqué que por estar ciego convenía que lo opere en Argentina, antes que mandarlo a Estados Unidos. Así lo convencí de que podía operar tanto en Buenos Aires como allá.

¿Qué destacaría de su personalidad en lo cotidiano?

Su personalidad era arrolladora fuera del quirófano y nos complementamos muy bien pues yo hacía los diagnósticos clínicos por cateterismos y los cuidados pre y post operatorios; René se encargaba de los bypass aortocoronarios hasta 1980 cuando surge en Argentina la angioplastia coronaria.

¿Alguna carta, anécdota o gesto que lo haya marcado especialmente?

Iba a ser su padrino de boda para agosto a pedido de René, luego acepté ser solo testigo.

Se mató justo el día de mi cumpleaños. Como acto de despedida, lo vi semanas antes de suicidio, me regaló sus anteojos de carey, con los que leía.

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José Abel Autor