Dialogamos con Álvaro García Resta,Urbanista, Arquitecto, Secretario de Desarrollo Urbano de la Ciudad de Buenos Aires, líder para la innovación en el desarrollo urbano sostenible (Escuela de Diseño, Universidad de Harvard), miembro permanente del Jury de la Escuela de Arquitectura (Universidad de Illinois) y visitor fellow del Observatorio de América Latina (The New School). Nos cuenta cómo se incorpora la antropología urbana a una nueva visión del urbanismo con foco en las necesidades y deseos de los habitantes.
¿Cuál es tu visión sobre el urbanismo y cómo creés que influye en el modelo de gestión urbana?
En la post Revolución Industrial se produjo el auge de las ciudades como sistemas productivos y habitables. A partir de la revolución tecnológica hubo una resignificación: las ciudades fueron transformando su suelo productivo de nivel industrial a un suelo productivo a nivel servicios y conocimiento. Ahí aparece una nueva manera de pensar las ciudades que, desde mi visión, es desde y para las personas. Y esta es la idea de la Antropología Urbana en la que venimos trabajando. Las ciudades son un hecho social y, como tal, su esencia son las comunidades, por eso hace varios años desarrollamos metodologías para poner la perspectiva de las personas que las habitan al comienzo del proceso de planificación. Antes, algunos profesionales definían proyectos y las personas se adaptaban a eso, hoy tenemos equipos diversos y multidisciplinarios (mujeres, hombres, urbanistas, agrimensoras, geógrafos, arquitectas, sociólogos y antropólogas) discutiendo una ciudad que se hace desde la perspectiva de las personas.
Sin dudas, el urbanismo influye en el modelo de gestión de las ciudades. Lejos de ser aquel plano que daba puntapié al desarrollo de las ciudades, ahora el desafío es transformarlas ciudades que ya están construidas y que se definen por sus condiciones, por las dinámicas urbanas de sus comunidades y sus características. A través del urbanismo, además de desarrollar ciudades, buscamos generar oportunidades para las personas y colaborar a que alcancen su máximo potencial.
¿Cómo surge el área vinculada a la Antropología Urbana?
Surge de una búsqueda personal. Considero que la arquitectura es la expresión física de la vida de las personas. Cuando digo arquitectura, cambio de escala y la llevo al urbanismo. La ciudad, como un hecho más complejo, es la casa de un montón de personas al mismo tiempo. Entonces, la Antropología Urbana viene a generar esa metodología de interacción entre los habitantes de la casa o la ciudad y esa expresión física que le va a dar forma a ese hábitat. ¿Cómo sabemos si una plaza está bien o mal hecha, si no sabemos si las personas la disfrutan? ¿Por una foto en la revista de arquitectura? ¿Por qué es linda? Si las personas son felices en la plaza, ese espacio público es muy bueno. Esa es la condición fundamental. También intervienen la forma, el diseño, etcétera. No es en detrimento de la forma, el desafío es que hagamos muy buenos parques y que sean lindos. Un ejemplo de esto es el Parque de la Estación, en Perón y Gallo, un espacio público en el que se hizo la puesta en valor de un galpón ferroviario y se armó un espacio verde público con flora nativa, que luego dio vueltas en el mundo en revistas de arquitectura. Esto se hizo co-creando el programa de necesidades con vecinas y vecinos del barrio. Hace seis años creamos la división de Antropología Urbana y esto dio lugar a muchos proyectos, como la demolición del Elefante Blanco en Ciudad Oculta. En el lugar se construyó la nueva sede del Ministerio de Desarrollo Social y Hábitat y fue co-creado con los vecinos el nuevo Parque Elefante Blanco.
¿Qué cambios generó la incorporación del área de Antropología Urbana a la gestión?
La división de Antropología Urbana dependiente de la Subsecretaría de Proyectos y los profesionales que intervienen empezaron a interactuar con antropólogos, psicólogas y sociólogos que venían a traerles el resultado de la co-creación con las personas. Empezaron a discutir lo que las personas demandaban. Dejaron de tener la independencia de proyectar como si no hubiera un “cliente” porque entendieron que había tres millones de clientes. Comenzó a haber una enorme comprensión antes de empezar a diseñar el proyecto. Esto generó grandes desafíos de liderazgo para mí porque le incorporó cierta complejidad al proceso, y para ellos, ser resilientes a un cambio que es sustancial en la forma de hacer ciudad. Hoy los profesionales se involucran en el proyecto de co-creación, quieren estar para escuchar lo que se necesita. El proceso se volvió más rico y más complejo, pero asumo que la ciudad es un hecho complejo en sí mismo. La arquitectura debe mejorar la vida de la gente, entonces si mirás a la cara a esa gente y escuchás lo que necesita, es superador.
¿Cómo se logra que las personas se apropien del espacio público?
Hay una diferencia entre participar y co-crear. La participación aspira a que las personas acepten un proyecto que se quiere hacer. La Antropología Urbana asume que esas personas son parte del proceso y por ende, parte de la discusión y de la toma de decisiones. Eso genera que se apropien del espacio público porque lo sienten propio. El desafío es que el espacio público sea de todos y que no sea de nadie. Todos fueron parte de la creación y eso genera pertenencia, pero nadie es el dueño porque el Estado creó ese espacio. En este espacio, el diálogo y los acuerdos son la única forma de hacer política. En las reuniones propiciamos acuerdos entre ellos, ese es nuestro rol.
¿Qué casos concretos podrías comentarnos que sean producto de esta metodología en CABA?
La Manzana 66, en Av. Jujuy y Belgrano, un espacio público que era de dominio privado. Fue la primera Ley de permuta de la Ciudad, luego de 12 años de lucha de los vecinos y vecinas de Balvanera. Ahí las veredas tienen 3 veces el ancho de una vereda tradicional porque las personas no solo quieren más espacio verde; sino también caminar con amigos, correr alrededor de la plaza, sentarse debajo de un árbol o jugar al ping pong. El Parque de la Estación, en Perón y Gallo, está en una zona que necesita mucho espacio verde y público. La demolición del Elefante Blanco en Ciudad Oculta, un edificio ícono de abandono. Más que derribar el edificio, derribamos la creencia de que el edificio no se podía demoler. Ahora en el lugar hay un parque, hay vida. En el proceso con Antropología Urbana se incorporó la perspectiva de género, que no es algo que se coloca al final del proyecto, sino que lo hicimos parte del diseño. Otro proyecto es el de la Plaza Dr. Bernardo Houssay, en el predio de las facultades, que antes era un lugar que de noche había que evitar y hoy es todo lo contrario. Y vienen muchos proyectos más. Los vecinos y las vecinas nos piden que gestionemos de esta manera, trabajando en co-participación.
¿Hay obras de infraestructura escalables o cada obra se debe diseñar según las características del lugar?
Yo no hablo tanto de obra pública, sino de arquitectura pública porque lo importante es aquello que se va a construir, no la construcción en sí misma. Lo que importa es lo que transforma la vida de las personas a lo largo del tiempo. Más que escalar la infraestructura, lo que hay que escalar es la metodología, porque es transferible el conocimiento y la metodología para hacerlo de determinada manera. Es mucho más escalable y replicable la forma de hacer algo y dejar que el otro lo haga. Y es escalable a nivel federal. En poco tiempo empezamos a ver la necesidad en diferentes lugares del país y distintas escalas (municipales o provinciales) que no saben cómo avanzar. Es decir, saben cómo tienen que bajar un presupuesto, pero no saben cómo abordar los territorios para que se de bien el trabajo. La Antropología Urbana trata de entender cómo hacer para administrar un territorio que sin metodología sería difícil de administrar.
¿Qué papel juegan los vecinos o potenciales usuarios en el armado de las propuestas?
Tienen el rol más importante. El tema es qué rol estamos dispuestos a darles.Hay que estar dispuesto a entregar parte de las decisiones y sacar algo mejor. “Solo se llega más rápido, pero juntos llegamos más lejos”: uno quiere llegar lo más lejos posible. Por eso creo que la discusión es cualitativa, no cuantitativa. Y esto lo aclaró la pandemia: ¿importa cuánto espacio verde tenemos o la calidad de ese espacio verde? A fin de cuentas, todos preferimos ese espacio que está bueno, es seguro y nos gusta. El espacio público tiene externalidades ambientales y también sociales y por eso es público. Se mide en cantidad de gente y no en metros. Si en Balvanera no hay un parque de calidad, las personas se van al de Tres de Febrero. La discusión se vuelve más sofisticada con el tiempo, porque la ciudad es un mecanismo sofisticado e inteligente. La pandemia volvió urgentes las discusiones que eran importantes para el urbanismo.Las puso sobre la mesa: no es solo tener el espacio, sino que sea funcional, que tenga un componente sanitario, ambiental, etcétera. Nosotros procesamos los usos para lograr propuestas de calidad.
¿De dónde surgen los proyectos que llevan adelante?
El común denominador de todas las escalas es que el diseño es una herramienta para resolver tensiones; es decir, las situaciones que no se perciben tan fuertes como un problema, pero están latentes. Para muchos, la tensión es imperceptible. En términos urbanísticos, esa percepción de tensiones es lo que posiciona a los profesionales del futuro. Yo empecé a trabajar en lo público con Guillermo Dietrich, momento en el que fui asesor urbanista de un proyecto de la Secretaría de Transporte. En una reunión con vecinos de Villa Santa Rita, una mujer reclamaba un semáforo en determinada esquina. Fui a la esquina y me di cuenta de que lo que ella quería en realidad era cruzar segura. Pero la respuesta no era un semáforo, sino soluciones de diseño urbano previas al semáforo que le pueden garantizar a una persona cruzar de forma segura. Había que resolver una tensión -como puede ser la sensación de inseguridad- y no un problema. A la señora no la habían atropellado por la falta de un semáforo. Con las ciudades ya construidas, el urbanismo tiene la misión de estar cerca de las personas y, desde ahí, resolver las tensiones.
¿Qué casos de Antropología Urbana se registran en los municipios?
Tenemos casos de transferencia de metodología, casos de acompañamiento de acciones, pero todavía no tuvimos casos que se detecten como una tensión en los que trabajemos para resolverlos. Estamos ansiosos porque eso pase. Tenemos charlas con intendentes y tomadores de decisiones. Un caso muy bueno se dio con Martín Yeza, Intendente de Pinamar, y Ariel Galera, Secretario de Planeamiento de dicha ciudad. Ellos vienen haciendo transformaciones que eran obvias, pero difíciles, como los balnearios en la costa. Ahora que ya no tienen cuestiones obvias, quieren resolver tensiones. Desde el verano trabajamos con ellos. Hay una dosis de humildad en ambos. Tienen la tensión de los que viven todo el año en Pinamar y los que van en el verano, o entre quienes son propietarios, pero van todos los veranos, y el que vive allí. ¿Quién tiene más derechos? Tienen tensiones respecto del nuevo barrio Costa Esmeralda que les genera vacancias en algunos sectores y demanda de infraestructura en otros. Están trabajando con nosotros sobre cómo abordar el problema. También estamos trabajando con San Antonio de Areco en el desarrollo de un plan a 2030. El desafío es abrazar esta vuelta de los jóvenes a Areco que, producto de la pandemia, pueden trabajar desde ahí y al mismo tiempo cuidar el patrimonio y seguir manteniendo su capital cultural. Cuando cambia el componente social, cambia la ciudad. En todos estos casos, estamos al servicio: ellos lideran, nosotros acompañamos.
¿Qué desafíos considerás que presenta el futuro del Desarrollo Urbano en Buenos Aires? ¿Qué nuevos cambios vienen para la ciudad?
Hay dos grandes desafíos. Uno es la creatividad del arquitecto o del urbanista. En parte está puesta sobre la cuestión física: tenemos un esquema, una pirámide invertida, que involucra a personas, procesos, proyectos, planes y políticas públicas. El punto de fuga, desde dónde se construye la perspectiva para nosotros, siempre son las personas; pero el desafío está puesto en todos los ámbitos, en cómo hacemos para diseñar procesos de desarrollos urbanos más ágiles y amigables -como la co-participación y la co-creación-,y en crear políticas públicas y nuevas herramientas para resolverlos problemas urbanos. Creo que hace falta creatividad al servicio de toda la cadena del desarrollo urbano, que es superior al desarrollo inmobiliario, el último eslabón transaccional. En toda la cadena están las personas, tensiones, problemas, legislatura, proyectos bien proyectados y obras bien construidas para tener una mejor ciudad. La mejor ciudad es la que tiene equilibrados los usos y el espacio verde. Es complejo y, además, transformar duele. Si un proyecto es muy discutido es porque está generando una gran transformación en la ciudad. Cuando la agenda urbana llega a las personas, se crea la oportunidad de sentarnos a conversar y llegar a un acuerdo. A fin de cuentas, la ciudad es un gran acuerdo.