Alicia Novick es arquitecta; Máster en Urbanismo y Planificación Territorial (Instituto de Urbanismo de París, París XII) e investigadora del Instituto del Conurbano de la Universidad Nacional General Sarmiento.
En los últimos años, los municipios en el país han promovido iniciativas de urbanización sustentable. En el caso de la provincia de Buenos Aires, por ejemplo, podemos distinguir a la recuperación de espacios públicos y la integración de barrios periféricos a la trama urbana. Sin embargo, la falta de coordinación entre municipios y el déficit de inversión en infraestructura siguen siendo obstáculos.
En primer lugar, ¿por qué eligió especializarse en Urbanismo?
Como en todas las trayectorias, hubo “voluntad y azar” combinados. Es decir que uno se especializa en lo que le gusta, pero al mismo tiempo inciden los contextos, las experiencias y las oportunidades.
Desde el contexto: para quienes egresamos como arquitectos en los años setenta, era muy difícil separar la ciudad de sus arquitecturas. Nos imaginábamos que la ciudad era el lugar para transformar el espacio y la sociedad; creo que vivíamos todos, al menos en la Facultad, en ese clima: hacer viviendas, escuchar a los habitantes, crear espacios mejores y más justos era nuestro horizonte de sentido.
Las formas de pensar la ciudad y el urbanismo cambiaron mucho desde entonces, pero en muchas ONGs, jóvenes -y no tan jóvenes- que trabajan en villas y asentamientos, conservan ese espíritu de solidaridad y cooperación que resulta de saber que la construcción de la ciudad es un trabajo colectivo.
En cuanto a las experiencias, se me ocurre mencionar los estudios de posgrado que realicé en Francia en los ochenta, una década de intenso debate, con propuestas renovadas y estimulantes sobre el urbanismo. De ahí en más, la ciudad estuvo en el centro de mis preguntas y de mis trabajos.
¿Nos podría nombrar en qué proyectos nacionales y municipales ha participado en lo que respecta al planeamiento territorial?
Participé en algunas muy lindas experiencias. Seleccioné, sin ánimo de exhaustividad, algunas que, desde mi perspectiva, fueron instancias interesantes de planeamiento. Una muy vieja fue en la CONAMBA, a principios de los 90’, bajo la dirección de Néstor Magariños.
En esa instancia, por un lado, se publicaron investigaciones sobre el conurbano que fueron desarrolladas en ocasión de la subdivisión de municipios, tarea a cargo de un amplio equipo en el que Magariños participó con Freddy Garay, Horacio Bozzano y otros especialistas. Pero, en esa línea, se promovieron nuevos estudios y mapeos a los efectos de dar inteligibilidad a la ciudad metropolitana produciendo información y poniéndola a disposición. Es lo mismo que intentamos hacer actualmente en el Observatorio Metropolitano del Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo: elaborar insumos básicos para el pensamiento y la acción sobre la ciudad, a escala metropolitana.
Otra experiencia interesante tuvo relación con el Plan Urbano Ambiental a fines de la década de 1990, proceso que se puso en marcha como corolario de una Constitución reformada que le dio a Buenos Aires el estatus de Ciudad Autónoma. Mi rol era más que secundario, pues consistía en ayudar a organizar uno de los documentos, pero los intercambios en los debates y disputas urbanísticas en todas las escalas. Si bien el plan se “burocratizó”, se aprobó sin plano en el 2008 y, en cierto modo, se “diluyó en el aire”, pero los diagnósticos y proyectos que se generaron tuvieron un rol importante en el devenir de la ciudad.
Una experiencia a destacar de carácter internacional, fue promovida por una agencia de investigaciones del gobierno suizo en la primera década del siglo XXI. En ese marco, equipos de Tailandia, Cuba y Argentina estudiaron operaciones de rehabilitación histórica en los centros históricos de Bangkok, La Habana y Buenos Aires. Más allá del detalle, pudimos observar las modalidades según las cuales, en cada sitio, en contextos institucionales y técnico-políticos muy diferentes, operaciones similares tienen resultados y efectos también muy diferentes. ¿Qué aprendimos? El valor de estudiar y comprender las características específicas de cada sitio y adecuar en función de ello los programas internacionales a las circunstancias locales. Parece obvio, pero estaba y sigue estando muy lejos de ser una obviedad.
Finalmente, y no menos importante, cabe mencionar las actividades que se llevan a cabo en el marco de la Licenciatura en Urbanismo y del Posgrado -Maestría y Doctorado- en Estudios Urbanos de la Universidad de General Sarmiento, donde además de formar recursos humanos, se diseñan y llevan a cabo programas de “servicios a la comunidad” con el objetivo de articular los saberes académicos con la experiencia de quienes toman decisiones en el terreno, en contacto con los habitantes. Verdaderas instancias de coproducción del conocimiento sobre el espacio urbano en las cuales todos aprendemos de todos, esenciales para responder a los problemas del territorio y la sociedad que nos interpelan.
¿Qué trabajo desempeñó como consultora en el BID?
Entre otras cosas, recuerdo el interés de un estudio destinado a Mendoza – dentro de un programa destinado a ciudades metropolitanas- donde se trataba de poner en relación diversos municipios en torno de un proyecto regional. Estas instancias de diálogo y cooperación siempre son interesantes, más allá de los complicados procesos de implementación, pues logran generar relaciones entre personas e instituciones, que persisten más allá de los tiempos de los proyectos.
Como investigadora, y a partir de su gran trayectoria en dicho campo, ¿cómo evalúa brevemente la situación urbana de la Región Metropolitana de Buenos Aires actualmente teniendo en cuenta los cambios que ha tenido a lo largo de los años?
Para responder retomaré algunas cuestiones a las cuales nos referimos en fecha reciente en un texto de la Legislatura de la Ciudad sobre la región.
En cuanto a geografía y política, cabe recordar que, en sus 3.000 km2, el AMBA concentra un tercio de la población del país y que está integrado por 24 municipios de la Provincia de Buenos Aires que rodean la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Este territorio está atravesado por cuencas y sus procesos de expansión se organizan en cinco ejes de crecimiento. La dimensión demográfica y la escala de los problemas lo convierten en una caja de resonancia de la agenda pública nacional.
En los debates sobre lo metropolitano converge una variedad de disciplinas, enfoques y cuestionamientos que, además, van cambiando con el paso del tiempo. La estructuración del territorio, los problemas ambientales, el tendido de infraestructuras, las políticas de vivienda, de transporte y de movilidad, en su dimensión nacional y provincial, y al mismo tiempo se inscriben en las agendas municipales e inciden en la vida cotidiana de las personas. Por lo demás, si hay un problema que es característico de la situación actual es el la creciente desigualdad social y espacial.
Es difícil sintetizar un diagnóstico, pero en forma provisoria podríamos poner el énfasis en dos temas presentes en las discusiones:
En primer lugar, en la esfera de las instituciones, no nos parece convincente el retorno a la ilusión burocrática que consistiría en la creación de un organismo metropolitano, de alcance y competencias regionales, según el formato imaginado en el clima de confianza en la planificación de la segunda posguerra. Como vienen planteando varios autores, las políticas metropolitanas existen, pero tal vez no estén donde las buscamos. Si lo anterior es cierto, cabe entonces formularse las preguntas sobre quiénes las deciden, desde dónde y cuáles son los temas que identifican como problemas.
En segundo lugar, no nos parece apropiado caracterizar el territorio del AMBA en términos de oposiciones o de una doble agenda, por un lado la del desarrollo y los promotores inmobiliarios y por otro la de quienes no acceden al mercado. Nos parece que el desafío consiste en conveniente el integrar ambas en una sola. En efecto, no se trata de contraponer la ciudad capital y un “corredor norte” con calidad al conurbano extendido de los pobres y los planes sociales, de recurrir a esas metáforas/lugar común tipo “océanos de pobreza”- villas, asentamientos y barrios precarios- vs “islas de riqueza” –countries y los barrios cerrados. La complejidad inhibe la simplificación.
Desde esa perspectiva, se trata de considerar que los territorios, al igual que la sociedad que lo habita, son diversos y heterogéneos, y que es necesario conocerlos para poder actuar y “ordenarlos”, porque el aparente desorden es en realidad un orden que no conocemos. Dicho de otro modo, el desafío es interpretar la diversidad como una característica o, mejor aún, como una condición para la gestión territorial.
¿Qué debería cambiar o mejorar en la región para alcanzar un mejor panorama en este campo?
Todos coincidimos con los manuales en la necesidad de conocer lo que sucede en el territorio, saber de la multiplicidad y heterogeneidad de la gente que lo habita, interrogarse sobre lo que se hizo con anterioridad (programas, acciones, obras) y cuáles fueron sus resultados. Sobre esa base, se debe identificar los problemas en sus escalas y dimensiones y seleccionar los más relevantes para operar sobre ellos en función de un orden de prioridades. Al mismo tiempo, la realidad de la crisis con un aumento de la pobreza, carencia de fuentes de trabajo, personas con necesidades de subsistencia, vivienda, educación y salud que requieren de acciones inmediatas. ¿Qué cambiar, qué mejorar? La respuesta requiere, indudablemente, de estudios y acciones con buen trabajo de técnicos, pero también -y sobre todo- de una acción política que no pierda de vista la doble exigencia de enfrentar las situaciones de emergencia y preparar el futuro.
¿Qué debe tener un municipio para ser considerado óptimamente como una ‘ciudad moderna’? En este sentido, ¿Cuáles son los aspectos que se deben tener en cuenta?
¿Qué entendemos por “ciudad moderna”? Creo que es una caracterización incierta. En todo caso, recuperaría la idea de modernidad en términos de promover un proyecto innovador que apunte a “lograr lo que no estaba antes”. En ese punto, cabría tal vez preguntarse: ¿qué tiene que saber, qué tiene que tener y cómo debe operar un municipio para asegurar un desarrollo espacial y social menos desigual?, ¿cómo lograrlo en un contexto sembrado de tantas incertidumbres sobre el presente y el futuro de las ciudades?
¿Cuáles son las tendencias en auge en materia de urbanismo?
Hay “programas de moda”; las ciudades son objeto de consultorías, de estrategias de comunicación. Por supuesto, detrás de las “ciudades inteligentes”, las “ciudades sustentables”, las “ciudades de los quince minutos”, hay visiones interesantes y bien inspiradas.
El problema es que a veces se trata de “soluciones a la búsqueda de problemas” cuando siempre es deseable identificar y definir primero los problemas, al menos los más relevantes, selección que, por supuesto, es tarea de la política; es decir, de la negociación y el acuerdo para su planteo y la definición de objetivos en común. Me refiero a: ¿qué temas de la agenda priorizar?, ¿a quién benefician las acciones y programas, directa o indirectamente?
Siendo autora de relevantes textos académicos, ¿en cuál –o cuáles- considera que funcionarios, arquitectos o especialistas en el área podrán encontrar un mejor y más detallado panorama de su visión?
Creo que no recomiendo alguno en especial. Tal vez sea un problema, porque los investigadores que se preguntan por qué las cosas son como son, o cómo llegaron a ser como son, no siempre escriben cosas útiles, aunque lo intenten para quienes, desde la gestión y/o desde la política, se interrogan sobre cómo hacer para que las cosas sucedan. Pero no hay que perder de vista ese objetivo, sobre todo cuando se diluyen las certezas acerca de los instrumentos conceptuales, metodológicos y operativos para operar sobre la ciudad.
En este punto, creo que son útiles los espacios de convergencia, como el Observatorio del Consejo Profesional de Arquitectura y Urbanismo (CPAU), creado por Margarita Charrière en 2010, y cuya coordinación tengo actualmente a mi cargo. Allí, con equipo de especialistas intentamos sistematizar, elaborar materiales y dar a conocer planes, proyectos y normativas (especialidad del OM). La web, los textos, los eventos, apuntan a promover conversaciones entre los múltiples actores de la ciudad -quienes reflexionan desde el ámbito académico con quienes lo hacen en el marco de la gestión y actúan desde asociaciones de la sociedad civil- preparando informes sobre los temas de la agenda urbana.
Finalmente, en este contexto tan crítico, se trata de multiplicar los intercambios, las conversaciones y las oportunidades de participación en el debate y en la preparación de las propuestas.
Por Florencia Argañaraz