Las estimaciones señalan que las cadenas agroindustriales aportan 20% del PIB y del empleo argentino, y un 25% de la recaudación nacional, teniendo en cuenta no solo la producción en sí, sino también la industrialización, el transporte y el comercio.
Estos números, sin embargo, pueden parecer fríos y distantes para quienes vivimos en ciudades del interior, pero no tenemos la vivencia del día a día “del campo”. Ni hablar de quienes habitan en municipios que, probablemente, no tengan a la vista un alambrado, una vaca o un tractor.
Los encadenamientos productivos que se van dando con la especialización del trabajo hace que cada uno de nosotros se ocupe cada vez más de tareas específicas dentro de cadenas muy complejas, e interactuemos con el resto de las personas para conseguir, luego, los bienes finales que consumimos. Si bien todos sabemos cómo preparar fideos, si naufragáramos en una isla desierta, nos resultaría imposible obtener las semillas, sembrarlas, cosecharlas, molerlas para obtener harina y, finalmente, convertirla en una pasta para cocinarla.
Pongamos, entonces, la participación del agro en los diferentes agregados económicos en ejemplos concretos: Muchas actividades que parecen no tener relación con “el campo”, en realidad, terminan estando muy relacionadas. Desde que un productor compra una vaca hasta que tiene un ternero y el mismo alcanza el peso necesario para ser vendido, pueden pasar dos años. Desde que un productor compra la semilla de soja y la siembra, hasta que la cosecha, envía a puerto, la vende y se hace con el dinero, pasan seis meses. Por esto, el agro es un usuario natural del crédito. Muchos de los ahorros que canalizamos a los bancos, terminan siendo invertidos en proyectos agropecuarios.
Una persona que trabaja en la producción o venta de neumáticos tiene que tener en cuenta que una camioneta utilizada para la producción agropecuaria puede hacer 150.000 km en un año y requerir hasta cuatro juegos de cubiertas. Incluso, los vendedores de insumos que recorren el país colocando sus productos, manejan muchas veces autos y no camionetas.
El agro es también un usuario importante del acero, industria que emplea mucha mano de obra en ciudades tanto para la producción propiamente dicha como para los laminados, plegados e incluso la venta. Ese acero puede terminar en alambrados, galpones y molinos, así como tinglados y silos de chapa, o como maquinaria agrícola.
Por otro lado, tenemos el famoso “derrame” del agro hacia los municipios. Si bien el hombre de campo cada vez tiene mayor facilidad para habitar en el interior, es común que sus hijos estudien en las ciudades, que dispongan de alguna vivienda en un centro urbano de referencia para acudir -en caso de necesidades de salud o esparcimiento- e, incluso, que para diversificar en los buenos años invierta en propiedades urbanas.
Un elemento no menor es que nos encontramos con un sector netamente exportador: La capacidad de generar producción de alimentos de nuestro campo supera largamente las necesidades de consumo de nuestra población. Esto hace que sea un sector netamente exportador. Con esas exportaciones genera dólares que ingresan a la economía, y que luego se utilizan para hacer posible la compra de productos que localmente no se producen.
Finalmente, nos remontamos a un capítulo polémico de nuestra historia reciente. En 2008 tuvimos lo que se conoció como la “125”. Veníamos de sucesivos aumentos en los derechos de exportación que tributan el agro, y se rumoreaba que íbamos a tener un incremento adicional. Hasta ese momento, cada vez que ocurría un aumento impositivo de esta índole, los precios internacionales aumentaban y la medida se terminaba opacando.
En esa oportunidad se implementó una fórmula en la que a medida que aumentaban los precios, aumentaban los derechos de exportación. Pero lo hacía a tal ritmo que en la práctica toda suba por encima de un cierto punto no llegaba hasta el productor. Eso generó una revuelta y una discusión muy grande, que duró casi cinco meses.
En ese período el agro suspendió sus ventas y, por lo tanto, cortó también sus ingresos. Eso generó un parate en la cadena de pagos que hizo que no solamente las actividades ligadas directamente al agro notaran un menor movimiento, sino también el comercio minorista. Era común leer que, por ejemplo, las zapaterías en el Gran Buenos Aires registraban una caída de ventas.
Es imposible rastrear el origen del dinero que circula en nuestra economía, pero cuando un sector que tiene tantos vasos comunicantes con el resto de la economía se detiene, y lo hace por un tiempo prolongado, es posible observar en forma directa como esto afecta al resto de la sociedad.
En conclusión, entre un cuarto y un quinto del movimiento económico y el empleo está relacionado directa o indirectamente con el agro, y si bien es difícil sentirlo en forma directa en un municipio, cuando esa rueda se detiene o funciona más lenta por un tiempo prolongado el impacto se puede palpar.
Por Dante Romano (Investigador del Centro de Agronegocios y Alimentos de la Universidad Austral, y consultor en fyo).