Recuerdo de niño, cuando mi mamá me llevaba de la mano a la escuela primaria Gabriela Mistral, en Córdoba. Teníamos que cruzar una avenida ancha, y aunque para mí era casi un juego —apretar el paso, sentir cómo ella me tiraba fuerte de la mano—, también había tensión: más de una vez una moto o un auto nos pasó demasiado cerca. Yo lo vivía como una aventura, pero para ella era un riesgo cotidiano. Esa experiencia, que seguramente muchos comparten en distintos rincones del país y se ve de forma cotidiana, muestra con claridad un problema que todavía tenemos pendiente: cruzar la calle no debería sentirse como una apuesta al azar.
Lo que debería ser un acto rutinario se vuelve un riesgo innecesario. Y lo curioso es que, en la mayoría de los casos, no hablamos de obras millonarias: son pequeños detalles de diseño urbano. Y esos detalles se pueden cambiar.
El punto débil de nuestras ciudades
Las estadísticas lo confirman: la mayoría de los siniestros viales urbanos ocurre en intersecciones. Allí se cruzan peatones, ciclistas, motos, colectivos y autos. Es el lugar donde todo convive… y donde los errores se notan más.
Muchas esquinas fueron pensadas con criterios de otra época, cuando la prioridad era que los autos circularan rápido. Se trazaron radios de giro amplios, esquinas abiertas, cruces largos. ¿El resultado? Menos segundos perdidos para el volante, más segundos de exposición para el peatón.
Usted mismo lo habrá visto: árboles sin podar que tapan la visibilidad, carteles en el lugar equivocado, paradas de colectivos en plena esquina. Son cosas chicas, pero que complican mucho.
Urbanismo táctico: probar, ajustar, mejorar
La buena noticia es que existen herramientas modernas que cualquier municipio puede usar ya mismo. El urbanismo táctico permite ensayar soluciones de bajo costo y rápida aplicación: pintar y señalizar isleta peatonal, ampliar una vereda y espacios de detención, reubicar una parada de colectivo, agregar macetas o bolardos para ordenar el cruce.
Son intervenciones que muestran resultados inmediatos: más calma en el tránsito, menos atropellos, mayor comodidad para los peatones. Y al mismo tiempo funcionan como “laboratorios a cielo abierto”: permiten probar antes de invertir en una obra definitiva.
Soluciones estructurales
Ahora bien, las intervenciones rápidas no alcanzan por sí solas. Tarde o temprano, en muchos casos es necesario dar un paso más y encarar proyectos de diseño vial sólidos, respaldados por ingenieros civiles. Es allí donde entran en juego herramientas clásicas y efectivas: semáforos bien programados, rotondas que ordenan los flujos sin necesidad de tanto control policial, canalizaciones que separan trayectorias conflictivas y reducen choques.
Estos dispositivos no son ocurrencias: requieren cálculos de capacidad, estudios de visibilidad, elección de radios de giro adecuados y un conocimiento profundo de cómo interactúan peatones, ciclistas y vehículos. Un semáforo mal regulado o una rotonda mal trazada no solo no resuelven el problema, sino que pueden empeorarlo. Por eso es fundamental apoyarse en profesionales formados, capaces de combinar técnica con sensibilidad urbana.
Algunas ideas
- Revisar las esquinas críticas con profesionales idóneos: no hay sustituto para la mirada técnica. Un ingeniero civil puede detectar en minutos lo que a un vecino le cuesta años de padecer: radios de giro excesivos, pendientes peligrosas, semáforos mal programados. Esa experiencia es la base para cualquier cambio duradero.
- En algunos casos, aplicar medidas tácticas como primer paso: pintar cruces más visibles, colocar macetas que acorten la calzada o ensanchar una vereda con materiales simples. Estas pruebas rápidas no solo mejoran la seguridad de inmediato, sino que también permiten observar cómo reacciona la gente y generan consenso ciudadano antes de avanzar con obras mayores.
- Ordenar la visibilidad en cada esquina: podar un árbol, reubicar un cartel, retirar un puesto informal mal ubicado. Son intervenciones que cuestan poco, pero multiplican la seguridad, porque la mayoría de los choques se explican, justamente, por no haberse visto a tiempo.
- Dar prioridad al movimiento sustentable: peatones, ciclistas y transporte público deberían estar en el centro de la escena, por encima del autocentrismo. Una ciudad que protege a los más vulnerables no solo reduce accidentes: también es más inclusiva, más sana y atractiva para vivir.
Más que esquinas
Cuando hablamos de intersecciones solemos pensar en semáforos, sendas peatonales o cordones pintados. Pero en realidad, cada esquina es mucho más que un cruce de calles: es un lugar donde la ciudad se pone de acuerdo sobre quién pasa primero, quién espera y cómo se convive.
Visto así, el diseño urbano no es un tema técnico aislado: es un lenguaje silencioso que moldea comportamientos. Un radio de giro más angosto obliga a un auto a ir más despacio. Una senda más corta le da confianza al peatón. Una rotonda bien trazada enseña a ceder el paso sin necesidad de un cartel extra. Son mensajes que no se gritan, pero que todos entendemos.
La visión interesante es esta: cada esquina cuenta una historia sobre qué tipo de ciudad queremos ser. Una donde la prioridad la tiene la máquina, o una donde la prioridad la tienen las personas. Una donde los más vulnerables deben adaptarse, o una donde el diseño los protege sin pedir permiso.
Repensar las intersecciones, entonces, no es solo una cuestión de tránsito. Es un pacto social a escala humana. Y ahí está la oportunidad: si logramos transformar algo tan simple como cruzar la calle en una experiencia segura y tranquila, estaremos dando un mensaje claro de qué clase de comunidad queremos construir.
Por MARTIN LA ROSA – Ingeniero Civil. Investigador de la UTN
