Diego Cabot nació en Santa Rosa, provincia de La Pampa. Es abogado graduado en la Universidad de Buenos Aires (UBA), tiene un posgrado en Opinión Pública y Medios de Comunicación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, pero más allá de sus distinciones este periodista se ha destacado por realizar una de las investigaciones más importantes del periodismo argentino, conozca sus orígenes y su vida.
–¿Cómo recordás tu infancia en La Pampa?
–La recuerdo algo lejano, y no sólo por los años que pasaron, sino también por los cambios que hubo desde entonces. Recuerdo consumir mis horas con una pelota (de fútbol, de goma a rayas, de básquet, cualquiera), una bicicleta y los recorridos por todos los baldíos cercanos. Allí buscábamos cualquier pequeño objeto, un tesoro insignificante para todos menos para mí. Sobre ellos que construía enormes historias, fabulosas, fantásticas. Había alguna magia en esos pequeños recorridos, que, a medida que crecíamos, los hacíamos un poco más lejos de nuestras casas. Era una simpleza que asombra, pequeñas aventuras en la vida real, y grandes epopeyas de la mano de Julio Verne, al que leí todo de niño. De ahí la lejanía, por la diferencias con las infancias actuales de mis hijos o de los niños que me rodean.
–¿Por qué te viniste a la Capital? ¿Cuándo?
–Me vine a estudiar. Tenía 17 años y llegué a Buenos Aires a estudiar abogacía. Vine en 1988
–¿Soles volver a tu ciudad? ¿Cada cuánto? ¿Cómo la ves?
–Vuelvo a mi ciudad cada vez que puedo. De hecho, hace pocos días fui a cenar en familia, hacer algunas visitas que debía y regresé. Viajo varias veces por año, 4 o 5 al menos. La veo distinta, obviamente, más grande. Conozco a mucha menos gente y siempre me quedo entre los míos.
–Se habla muy bien de Santa Rosa ¿Qué le dirías a quien no la conoce? ¿Cómo es la ciudad y su gente?
–Es una capital de provincia con escala muy pequeña respecto de otras ciudades grandes. Tiene el atractivo de la llanura, de los amaneceres, del cielo pleno y los atardeceres naranjas. Yo jamás valoré ver el horizonte cada vez que quiera, y ahora lo extraño. Ya no veo ponerse el sol en nuestra línea del fin del mundo sino que el sol se oculta detrás del edificio más cercano. Hay que apreciar eso, la cultura del campo, los verdes, las llanuras. A mí me atrae, pero claro, no soy objetivo.
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