Se formó académicamente y es Profesor de Audioperceptiva y Solfeo y Profesor Superior de Dirección Coral, egresado de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad Nacional de La Plata, aunque dice que su primera escuela fue el entorno familiar y de amigos en el que se cantaba y guitarreaba hasta tarde, en su San Miguel de Tucumán natal. Y si bien ha sido premiado más de una vez como revelación del folclore, podría decirse que hace rato Juan Quintero dejó de ser novedad, tanto por su rol en Aca Seca Trío como junto a su mujer, la cantante Luna Monti. La pareja editó en 2013 el álbum Después de usted, que combina composiciones propias con originales versiones de canciones populares de autores tan reconocidos como Juan Falú, Juan Enrique “el Chango” Farías Gómez, Gustavo “Cuchi” Leguizamón y los hermanos Pepe y Gerardo Ábalos, entre otros.
¿Desde el primer momento pensaron el último disco, Después de usted, con versiones y homenajes a la historia del folclore argentino?
Sí, y hay mucho de homenaje, es cierto, aunque desde nuestra óptica, claro. En cierta forma también hay, para quienes saben reconocer y están familiarizados con el folclore, ciertos guiños que dejamos con respecto a alguna versión del pasado. Buscamos reconocer con alegría que uno está nutrido por un montón de gente que ha abierto nuevos horizontes, que nos ha habilitado otra manera de ver, de pensar el mundo, de sentir las cosas. Eso es maravilloso.
¿Se puede hablar de una fraternidad especial en el folclore, al haber tantas versiones, reconocimientos y encuentros entre músicos?
Sí, pero siento que no es tan solo por el lado del cariño que se da el querer grabar o compartir el escenario con colegas. En este disco, y pasa a menudo, veo que va más allá de la fraternidad, es algo maravilloso, y responde a una necesidad de experimentar, ¿por qué no? Existe y celebro la hermandad, la solidaridad que se da en la música popular, que habilita un montón de cosas, hace que el producto sea realmente genuino, porque se hace con ganas, pero a veces no hace falta encontarse para que se produzca una unión.
Hay puentes generacionales…
Así es. A veces no hay ningún otro tipo de relación más que la obra, que es la que genera esa unión. Me refiero a exponentes como Falú, (Rodolfo) “el Chacho” Müller, “el Cuchi” Leguizamón y (Manuel) Castilla.
¿Qué evocás de San Miguel de Tucumán y el vínculo con la música durante tu infancia y adolescencia?
Viví en San Miguel hasta los 18 años, cuando fui a estudiar a La Plata. Mi vínculo con la música siempre ha sido muy cotidiano, muy natural. Mis padres integraban un coro, así diría que ese contexto me marcó desde antes de nacer. Por otro lado, tenía amigos muy ligados al ámbito de las peñas, las guitarreadas, reuniones y trasnochadas, en las que todo el mundo cantaba. Fue una escuela muy importante, si bien nadie me dio una clase ahí aprendí algunas cosas que yo considero importantes, como el respeto por lo que está expresando el otro. Eso quedó muy grabado en mí.
¿Y a los 15 arrancaste con la guitarra?
A los 14. Pero venía, como te digo, nutriéndome de música desde bebé. Mi mamá no podía dejarme con nadie y me llevaba a los ensayos. Nunca me costó animarme a largarme con el instrumento; sí cierto pudor porque en el entorno había gente que tocaba muy bien, un caso es Juan Falú, que era cercano a la familia. Los hermanos (Pepe y Gerardo) Núñez también. Hubiera sido fácil amedrentarse. Pero también el respeto a lo que cada uno tenía para decir ayudado, ellos habilitaban. ¿Quién va a tocar la guitarra estando Juan Falú presente? Pero justamente ellos propiciaban eso, que cada uno hiciera su ofrenda. Llegaba gente que tocaba con mucha menor destreza, componían menos que Pepe o Gerardo, pero todo se recibía con respeto y cariño. Por eso no me fue demasiado difícil, hablo de gente maravillosa.
¿Cómo percibís cierta costumbre del folclore por hacer referencia al lugar de origen, como un elemento central de la identidad?
No sé si se da siempre. A mí no me gusta mucho el folclore paisajista, que hay mucho. Hay gente que le canta a su lugar desde un lado muy genuino, de corazón, y artístico, ahí yo me saco el sombrero, pero hay otras expresiones que a mí no me gustan tanto: hablan de Tucumán, de las variedades de comida, de los tipos de empanadas, cómo se hacen las empanadas, es un perfil turístico-paisajístico, y yo con eso me aburro. Sí creo que tratamos de mostrar lo mejor de nosotros, es normal, tiene que ver con hablar de nuestro lugar al relacionarnos con los otros, con recomendar ciertas cosas, pero no tanto en la música, en las letras.
En tus distintos proyectos las letras parecen referir más a lo humano en general, a lo existencial.
Sí, pero de todas maneras no es algo que yo descarte del todo lo otro. Recuerdo esa hermosa zamba: “Un violín gemidor / Junto a un bombo legüero / Y un viejo arpero / Nostalgias me traen de ande soy…” (N.: Zamba de mi pago, de Los Hermanos Ábalos), que habla todo de Santiago, y a mí eso me emociona profundamente. Tal vez con una leve modificación de las palabras y siempre de acuerdo a la interpretación de cada persona se vuelve una cuestión puramente turística. Es un filo, una línea muy sutil. Y es una opinión mía, a mí no me gusta ese estilo.
De las propuestas nuevas y jóvenes, ¿qué te ha sorprendido más últimamente?
Te pondría nombrar a tres, si bien me quedo corto. Nahuel Pennisi es un gran intérprete e instrumentista, y compone muy bien; Agostina Elzegbe compone bellas canciones y toca muy bien la guitarra; Ignacio Vidal compone canciones tremendas, toca junto a la catamarqueña Nadia Larcher. Me gustó mucho descubrirlos.
Nota Publicada en ÁreaUrbana46