Juan Palomino es desde sus inicios actorales ‘marca de calidad’, en todo el sentido de la palabra, su desarrollo profesional y entrega para desentrañar cada texto, ha permitido a los espectadores entrar en la vida de cada personaje que ha interpretado. Hoy, recuerda cómo fueron aquellos primeros pasos…
¿Cómo fueron tus primeros años?
Nací un 6 de julio de 1961 en el hospital público San Martín de La Plata; según mis padres hacía mucho frío. Mi madre era joven, tenía 18 años, hoy tiene 80 y mi padre 86.
Estaba papá José Palomino Cortez, peruano de Cusco y Alicia Mercerat de La Plata, hija de Osme Alberto Mercerat y Marcelina Barleta. Ellos vivían en la calle 53 y 22, diagonal al Club San Martín donde se conocieron mis padres en una fiesta de carnaval.
Vivimos en la casa de mis abuelos junto con mis tías Beatriz y Estela, hasta que en 1963 mis padres decidieron ir a Cusco donde me crié hasta 1978, cuando retorné definitivamente a estudiar a La Plata.
En La Plata, ¿tienes recuerdos de tu infancia?
De mis viajes de vacaciones como el del 66, me encantaba ir al Bosque a andar en bote, a la hermosa Galería Dardo Rocha donde me llevaba mi tía Beatriz a ver las marionetas.
Recuerdo sensaciones y olores, la calle 53 y 22, 1358 la casa de mis abuelos, el árbol de frutos, la perra Grace, negra y que el baño quedaba afuera. De la plaza San Martín un tanque enorme de agua que en mi afiebrada imaginación de niño pensaba que era una enorme araña, hoy, ya no está más. Y el Bazar X forma parte de mi patrimonio de la infancia porque mi tía me llevaba ahí y me compraba granaderos. Otro viaje fue en el 69 en tren de Cusco a Buenos Aires con papá, mamá y mi hermano Gustavo de meses.
¿Cuándo se despertó tu vocación?
Mi vocación por la actuación siempre estuvo y no la pude canalizar. De niño me gustaba crear universos paralelos, jugar solo me fascinaba: venía una nave espacial o estaba en la guerra y reflejaba el impacto de las balas y mis compañeritos me miraban como diciendo: “¿Y a este qué le pasa?”. Mi vocación se despertó al ver cine en Cusco desde muy niño y al volver a la Argentina en el 78 había descubierto a James Dean. Sus películas y forma de expresión me cautivaron. Ahí, mi padre que era visitador médico me dijo: “¿Por qué no estudias teatro?, te va a hacer bien”, él me empujó a entrar en el universo de la actuación porque estaba muy desarraigado, extrañaba a mis amigos y la idiosincrasia de Cusco. Vivíamos en Melchor Romero a 15 km de La Plata, una localidad donde todo gira alrededor del Neuropsiquiátrico Dr. Alejandro Korn que, después, tuvo mucho que ver con mi vida. El teatro fue una forma terapéutica de empezar a encontrarme como sujeto y relacionarme con la gente. Empecé dentro del teatro a ver y a leer los clásicos.
¿Cómo fue el camino para ser actor?
Luego de hacer el servicio militar obligatorio, estudié locución tres meses y al decirle a papá que no iba más e iba a retomar mis estudios de teatro, me dijo que no me bancaba económicamente y buscara un trabajo.
Conseguí uno como sereno en el Neuropsiquiátrico Alejandro Korn, me convertí en Auxiliar de Enfermería y luego en el Servicio de Rehabilitación el doctor Adolfo Serafín Pérez y Silvia Cardona me otorgaron junto con Leopoldo ‘Polo’ Lofeudo la responsabilidad de formar un grupo de teatro que hoy persiste.
¿Tuviste algún ídolo o mentor a seguir?
Estudié teatro porque quería ser James Dean, era una imagen distinta, mi vector. Mis profesores en la Escuela de Teatro, recuerdo con mucha vehemencia a Omar Sánchez un compañero que me contribuyó mucho a entender el oficio del actor, me hablaba de los silencios y que los míos eran elocuentes y cargados de historias, eso me quedó.
Otros referentes Miguel Ángel Solá y los chilenos Facundo Contreras en el que me sentía espejado por el tipo de piel y Franklin Caicedo, sentía un rasgo identitario porque los actores eran todos blancos y en ese momento entendí, ¡ah, se puede ser actor y de color marrón!
Luego de venir a Buenos Aires, ¿seguiste conectado con tu ciudad?
Viví allí hasta 1992 junto con Adriana Ferrer, mi esposa en ese momento y la madre de mi hija mayor Sofia Palomino, ambas platenses. Decidimos venir a vivir a Buenos Aires y siempre conservamos ese vínculo con nuestra ciudad. Empecé a trabajar en el Teatro San Martín, el Cervantes, en películas y luego apareció la televisión y cambió todo.
¿Un personaje entrañable de tu ciudad?
El Indio Alfredo Urquiza que me contagió su amor por la poesía y la declamación, no está más pero su espíritu indomable, su forma de construcción poética y su manera declamar sus poemas me quedaron en la memoria.
¿Qué es La Plata para ti?
La ciudad donde encontré un oficio, significa el amor, el encuentro con Adriana Ferrer la madre de Sofi y su nacimiento, es el lugar donde debuté con el grupo dimensión 80 en la época de la dictadura cívico militar, son sus galerías, sus bailes de carnaval, son esos veranos tórridos, es el Boby y La Felipa los perritos que me acompañaron en mi adolescencia, son mis amigos entrañables Tony Lorenzo, el colorado Demarchi, Omar Sánchez y otros más que me han acompañado. La localidad de Melchor Romero me permitió entender lo complejo y terrible de la salud mental y saber que dentro del arte y la salud mental uno puede contribuir a acompañar ese viaje.